La semana anterior a subirme al avión me anestesié. Venía completamente en una, en un loop de replantearme día de por medio si seguir con Soy Lenchu o buscarme un trabajo en relación de dependencia. Pasaba de un episodio maníaco de imaginar mil proyectos creativos, a la angustia de sentir que nada de lo que quería se me estaba dando. Todo, en el lapso de unas pocas horas.
Pero cuando tenés un viaje de un mes a pocos pasos, no tiene sentido tomar decisiones de vida. Lo mejor que podes hacer es andar en piloto automático y pensando lo menos posible hasta el momento en que llegas al aeropuerto y te enchufás en el mood viaje.
Cuesta, sí que cuesta. Vivimos con un ojo en el futuro constantemente, por eso nos cuesta tanto vivir en el instante presente, por eso tanta ansiedad en nuestra sociedad. Pero, siempre que esta angustia re-aparecía en mi cuerpo (básicamente ¿qué hago con mi vida?), la dejaba ir, como la ola que se aleja de la playa.
Y soltando la preocupación por el futuro (porque literalmente era una pre-ocupación puramente emocional, no me podía ocupar de nada) el viaje lo viví de una manera increíble, intentando mantener siempre mi cabeza y mi cuerpo enfocados en el instante. Las “preocupaciones” más importantes que tenía eran de la índole de “¿dónde comemos esta noche?” o “¿a qué playa me conviene ir mañana?”. Podría decirse banal, pero yo lo veo como un hermoso carpe diem, donde me entregué a disfrutar del flor de viaje que estaba haciendo. Una actitud de plena conciencia de lo afortunada que soy y de gratitud. Cuesta a veces disfrutar de las oportunidades de este estilo, ¿no? Es como si nos sintiéramos culpables o poco merecedores de ellas. O, peor aún, estamos acostumbrados a construirnos problemas donde no los hay.
Me ausenté mucho de las redes sociales - por no decir casi absolutamente - y me abracé a mi misma diciéndome que no lo estaba sintiendo, y que por eso era súper válido y necesario. ¿Por qué quienes trabajamos en estos medios nos sentimos tan presionados por tener una presencia constante y encima valiosa en las redes? Me lo cuestiono todos los días y a partir de esa primera lamparita, junto con lo aleatorio que está Instagram ahora, le dedico mucho pero mucho menos tiempo y energía a generar contenido porque sí.
Soy fan de las fotos, de capturar momentos y más en los viajes. Lo hice, anduve subiendo fotos sueltas en mi Instagram privado (sí, tengo otro personal muajaja) cuando me pintaba subir, sin hilo ni tanto storytelling. Esa liberación de presión junto con los paraísos donde estuve, con el aire de playa, con la sal del mar, con la comida deliciosa… todo fue un bálsamo para mi salud mental, física y especialmente emocional.
Re-enfoqué mi energía en los placeres cotidianos. En sentarme a disfrutar de los paisajes, en comer sin apuro y saboreando, en sentir el agua de mar y el calorcito del sol sobre el cuerpo, en caminar por Barcelona mirando para arriba embobada, en disfrutar la compañía de mi novio, de mis amigas, de los amigos de él, y en disfrutar también de los momentos de soledad, leyendo, escribiendo, observando…
Y en medio de ese mes de oasis, ya en la mitad, la desconexión empezó a dar sus frutos. Caminando por el Born mientras hacíamos el recorrido de fotografía e intervención con Sofi y otras 15 personas (sigo impactada con el quórum) me confirmaron una acción buenísima que había presupuestado hace ya 3 semanas y que había dado por muerta. Es real que cuando relajás y dejás ser, las cosas van encontrando su rumbo.
Hablo de desconectar pero me refiero a todo lo contrario. Miren el protagonismo que le damos al mundo digital que llamamos “desconectar” al acto de, en realidad, “conectar” con nosotros mismos. De conectar con el aquí y el ahora. De prender los sentidos y asombrarnos por todo. De fluir con los días, acompañando lo que se va dando a cada minuto. De conectar con la gente, de escuchar y de abrirse. De confiar que lo que venga después, sin tener certezas de nada, es lo que tiene que ser. De no malgastar la energía en cosas que no podemos controlar, o en decisiones que no podemos tomar en este momento. Básicamente, de conectar con la intensidad y belleza inmediata de la vida.