¿Por qué me gusta tanto la playa?

¿Por qué me gusta tanto la playa?

Una respuesta a todos los que no entienden mi amor por ese lugar.

En Barcelona escribí un texto en la última página de un libro. No sé por qué razón - muy ajena a mi forma de ser - dejé el libro ahí y poco me importó traerme mi reflexión. Hoy me dieron ganas de recordarla y me propuse sentarme en la computadora, en mi departamento de Buenos Aires, para regalarme revivir, aunque sea por un ratito, esa sensación… esa sensación de estar en la playa.

El texto iba alllllgo como así:

"No entiendo cómo te gusta tanto estar en la playa. ¿No te aburrís? ¿No te cansa el sol? ¿Qué hacés tantas horas sentada ahí?" 

Es muy loca la diversidad humana. Porque, de la misma manera, yo no puedo entender cómo a alguien NO le gusta la playa. Yo te puedo enumerar así rápido, 5 cosas que me generan placer de estar ahí:

  1. Tocar la arena. De todas las formas; sumergiendo los pies o haciendo una catarata de arena con la mano. La arena = playa, vacaciones, verano. Si ya ninguna de esas 3 cosas te resuenan, no se si tiene mucho sentido que sigas leyendo el texto. Peeeero.. si algo disfrutás de esas 3, sabés que esta ecuación es real. La arena calentita como masajeando los pies... Bueno, no por nada mi primer blog se llamó: pies en la arena. Hay algo en esa combinación que me genera una conexión corpórea especial.
  2. La playa es de los únicos (casi imperceptibles) ámbitos donde puedo estar en el momento presente, viviendo el famoso “aquí y ahora”. Me siento como anestesiada, en un sentido positivo, porque hay algo de la combinación sonora, visual, aromática que me calma la ansiedad. Mi cabeza suele ir a 500 mil por hora y me cuesta mucho la contemplación. ¡Pero en la playa lo logro! Puedo estar sentada varias horas repitiendo este loop: tomo sol acostada, me apoyo sobre los codos, me doy vuelta y me duermo un poquito boca abajo, me agarra calor y camino al mar, salgo fresquita y vuelvo a acostarme… y me siento a observar. A observar los colores vivos, lo que hace la gente (capítulo aparte), lo que hay de fondo, las casas de la zona, lo que sea que componga ese cuadro de ESE momento.
  3. La playa es un lugar de disfrute. En general, el que va a la playa está contento. Porque está de vacaciones, o porque terminó de trabajar temprano y le dio el tiempo para tirarse un rato. Salvo algunos casos particulares, la gente suele estar disfrutando. ¡Y verlo es contagioso! No soy muy fan de ir a playas con gente, incluso me molestan mucho los ruidos y ni hablar de los desubicados que ponen música fuerte (perdón si sos de esos, pero no quiero escuchar tu música) o de los gritos de los niños. Pero cuando estoy aturdida hago un ejercicio: me pongo auriculares, y observo movimientos. Miro cómo juegan, el placer de la gente en el mar, el disfrute de compartir ese momento con amigos o con una pareja… transformo la situación para beneficiar mi propio disfrute. Porque juro que si existiera un medidor de energías, la playa estaría en el top 3 de los lugares con mejores vibras.
  4. El mar es mágico. Tampoco puedo entender a la gente que no se mete al mar, sepan disculparme. Puede no encantarte pero hay situaciones, por ejemplo esos días de calor extremo, donde el mar representa el placer máximo de los placeres. Pero sacando esos días particulares, para mi esa primera zambullida de la temporada es con lo que sueño todo el año. Soy una cliché, pero sumergirme en el mar me limpia TODO. Volviendo al “aquí y ahora”, creo que es adentro del agua donde lo logro al máximo. Soy una niña. Me meto como delfín, hago la plancha, me fijo si me sale una vertical, nado pechito… hay días particulares donde los astros se alinean para que el mar esté en su temperatura justa y pase más tiempo ahí adentro que afuera. No me interesa cómo me queda el pelo después ni tener que caminar un poco mojada (aunque la duchita de agua dulce es la gloria): si estoy en la playa, me meto al mar. Punto.
  5. Las caricias del sol. Amo la dosis de vitamina D que recibo en la playa. Amo sentir el sol en el cuerpo y cómo muuuy despacito este va subiendo la temperatura, y de golpe, cuando veo que se pasa un poquito… PUM, mar. Es un combo del que no me canso nunca. Sé que en este punto soy un poquito más especial. El sol taan prolongado no lo aguanta cualquiera (si, me pongo protector, antes de que me cuestionen) pero para mí es esa anestesia de la que les hablé antes. Cierro los ojos para recibirlo mejor y, a medida que va subiendo la temperatura, me voy adormeciendo. Tengo una capacidad única para quedarme dormida en la playa, en la posición que sea; mis amigas se quedaron asombradas cuando lo descubrieron. Y es, en gran parte, gracias a esta energía tan potente y tan calma a la vez que me transmite el sol.

Podría enumerar 15 más; entre las expediciones para juntar caracoles, las lecturas de playa y los momentos creativos. Pero elegí las más simples porque no siempre hay que complicárselas tanto. Y justamente es tan sencillamente placentera mi experiencia con la playa que fui por esa conexión más precaria. Cada uno tiene su lugar predilecto. Hay quienes buscan escaparse a las montañas, a la tranquilidad de los lagos y bosques. Hay otros que se sienten plenos cuando están en el río, navegando, haciendo algún deporte acuático o simplemente observándolo. Y hay otros, como yo, que cada vez que podemos escaparnos mentalmente a algún lugar, para olvidarnos de los problemas o agobios que tenemos alrededor, nos vamos a la playa. A tirarnos al sol, con un buen libro, la arena en los pies y el ruido de las olas de fondo.

Una respuesta a todos los que no entienden mi amor por ese lugar.

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